viernes, 23 de abril de 2010

LA GRAN OBRA


La Gran Obra de los Filósofos herméticos, que importa no confundir con la turba de alquimistas ignorantes, engañados por un simbolismo del que no poseen la clave.
A pesar de caritativas advertencias , estos desgraciados se arruinaban comprando combustible, en la esperanza de fabricar oro, un oro que los iniciados declaran ser distinto del vulgar.
Símbolo de la perfección en la jerarquía metálica, este oro representa el ideal que buscan los Sabios, el cumplimiento de su gran Obra, respecto a la que las manipulaciones de laboratorio no se pueden relacionar, sino a título de imágenes.
Abriremos los hipogeos sin creer que estamos violando secretos venerables y venerados.
Por ejemplo: Las vocales son cinco en todos los idiomas: cinco sonidos nítidos y claros tan prolongables como lo permita el aliento, cosa que no sucede con las consonantes, como podéis comprobarlo personalmente..
Las vocales, en todos los idiomas, se enuncian en el orden siguiente:
a, e, i, o, u.
Pero su pronunciación verdadera, u orden fonético auténtico es el siguiente:
i, e, o, u, a, que pronunciadas seguidas semejan el maullido del gato, animal sagrado entre los Egipcios. Eso debe deciros algo.
La Masonería es un aprendizaje activo. Si no hay aprendizaje, no hay desenvolvimiento, por eso se llama operativa. No es un conocimiento que se aprenda mentalmente, sino una ciencia que se aprende operando, trabajando, viviéndola, poniéndola en práctica.
El alquimista comienza por buscar su Materia Prima, que existe por todas partes en gran abundancia, pero que no se la advierte si no se ejerce una sutil sagacidad. Para construir, el Masón debe asimismo buscar y elegir con buen sentido una piedra de grano satisfactorio; no puede aceptar cualquier material, y de allí las minuciosas pesquisas a las que se somete a los candidatos a la Francmasonería.
Estos son piedras destinadas a ser incorporadas a un edificio sólido y bien construido. ¿Ofrecen estas piedras la resistencia indispensable? ¿Se dejarán tallar a escuadra y no se resquebrajarán con las primeras intemperies?
Los masones, caen a menudo, al igual que los Alquimistas cándidos, en proponer para la Gran Obra a sujetos inadecuados, y ello conduce a los fracasos inevitables en toda obra humana. Después de haber sido juzgado
digno, el postulante es admitido a las pruebas. Apenas se presenta, se lo invita a “despojarse de sus metales", es decir de todo lo que posee artificialmente; a fin de que vuelva a su estado natural, y se haga homogéneo consigo mismo. Nada más fácil para el recipiendario que dejar sus monedas, anillos, y armas; eso se hace en segundos.
Pero si le exigimos que se conforme al ritual en espíritu y en verdad, este "despojarse tomará tiempo, y aún puede nunca terminar”; No profundicemos ahora, y limitémonos a constatar que a este primer rito corresponde
en Alquimia a la primera purificación de la materia, que ha sido juzgada adecuada para la Gran Obra.
El Profano es tratado de igual manera, ya que se lo encierra en la Cámara de Reflexiones, fúnebre bóveda donde debe prepararse a morir redactando su testamento.

Sobre la mesa en que escribe el aspirante a la Francmasonería ve dos recipientes, conteniendo uno sal- y el otro azufre. Un enigma para todos los que no estén familiarizados con el clásico ternario hermético; Azufre-Sal- Mercurio.
Pero ¿por qué razón el ritual masónico descarta el Mercurio? Ello está dentro de la lógica de los símbolos, porque en Hermetismo, el Mercurio es el vehículo de la vida, una sustancia de sutileza infinita, que todo lo penetra a fin de alimentar el fuego vital de las criaturas, donde se quema a expensas de su Azufre.
Como el sujeto debe morir dentro del Huevo Filosófico, importa que el Mercurio exterior no pueda penetrar, y de ahí la clausura hermética del recipiente del Alquimista, y la ausencia del Mercurio en la Cámara de Reflexiones.
La muerte descompone al sujeto en elementos pesados y livianos. Lo espeso se condensa al fondo del vaso, y cae en putrefacción. Es entonces que aparece el color negro, índice de que la Obra prosigue en forma normal.
Mientras el cuerpo del sujeto se putrifica, su alma se suelta. Ella se eleva en el interior del Huevo y se acumula en su parte superior en la medida en que se suelta. A la larga, los elementos etéreos sufren a su vez una condensación que se traduce en lluvia o rocío.
En este momento, el Alquimista activa dulcemente el fuego de su matraz a fin de que se evapore la humedad caída sobre el sujeto. Debe operar con delicadeza, provocando alternadas lluvias y evaporaciones, hasta el momento en que el sujeto, por los progresivos lavados, blanquea.
La aparición del color blanco es saludada con alegría por el Alquimista, que, de ahí en adelante no tiene más que aumentar su fuego para obtener el color rojo, recompensa de su trabajo de primer grado.
Ha entrado en una nueva vida, y debe beber el Cáliz de Amertume, que no le promete una vida de molicie y sibaritismos. Quien ha visto la Luz no tiene ya el derecho de dejarse vivir buscando su placer, aún sin dañar a nadie. Puesto que ha querido ser esclarecido, se espera de él que se conduzca como Sabio. Y la Sabiduría enseña que todo ser existe en función del rol que le compete en la economía universal. Cada uno de nosotros
es un pequeño órgano dentro del organismo universo.

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