domingo, 28 de marzo de 2010


Alexander von Bernus.
El habla a menudo del Artista experimentado en el fuego. El mismo, con cuarenta y cinco años de presencia ininterrumpida ante su horno, fue el modelo ejem­plar de ello.
¿Cómo podrían prevalecer simples opiniones ante esta suma de experiencia?El prejuicio más frecuente que se le opone sostiene que ha traba­jado por las vías de la espagiria, en beneficio de la medicina. Al decir de los buenos autores, una y otra no serían sino adjuntos del Gran Ar­te, e insuficientes para conferir la Maestría en este dominio... Se invocará, sin embargo, aquí la autoridad de un adepto, cuya cua­lidad de maestro no es discutible: Basilio Valentín, en Las doce claves de la filosofía.
En su apéndice dice:"Al comienzo... ningún azogue es útil, pero... del mejor metal, por arte espagírico, viene nuestro azogue puro, sutil, claro,... trans­parente como el cristal y sin grasa alguna. " Y con anterioridad, en su prefacio, había informado al lector del origen de su vocación: "Tenía en mi monasterio un hermano al que atormentaba el dolor nefrítico. El había consultado a muchos médicos y, no recibiendo de ellos asistencia eficaz,... ofrecía su vida a Dios. Emprendía la anatomía de las hierbas... ellas no eran lo bastante activas en su grado para que curasen este mal. Entre todas estas cosas, tomé un mineral... que es de grandísima eficacia en el arte. Para ello extraje una esencia espiri­tual y ésta restableció a mi hermano enfermo a su salud de antaño... Y así, por este tratado, he querido indicarte y abrirte la Piedra de los Antiguos, que nos viene del cielo, para la salud y la consolación de los hombres en este valle de miserias. . . " Después de eso, ¿quién osará todavía sostener que la espagiria no es la antecámara de la alquimia, ni la medicina uno de sus fines? Es ahí donde la obra de Bernus fastidia a los especuladores y los hacedores de fábulas, pues es el único, frente a la práctica, en haber puesto las cosas en su punto, sin escamoteos ni concesiones. La separación entre la alquimia de una parte, y la espagiria y la química de otra, ha sido consagrada por Fulcanelli, por uno de estos equívocos a los que está acostumbrado, repetido a coro por sus diver­sos discípulos. A partir de una cierta materia primera, que permanece sumamente misteriosa pese a las indicaciones que la rodean, la obra se lleva a cabo sola o casi, sin adición ni sustracción, por disolución y coagulación, inhibiciones, digestiones, circulaciones, etc., y, en fin, por cocción cerrada en el huevo filosófico y multiplicación espontánea.En un sentido, eso no es química... Es cierto: pero no lo es sino para la última fase del trabajo, cali­ficada obra de mujer y juego de niño. Antes de esta etapa está la preparación de la materia primera, que es un trabajo de Hércules, pero sobre eso todos los autores modernos, menos Bernus, son mudos, y ello da mucho que pensar. .
Pues esta materia primera no debe ser entendida en el sentido ac­tual de material bruto o someramente elaborado. Este "guijarro", su­poniendo que sea uno, no se encuentra bajo la pezuña de un caballo o el pico de un minero.
Es un trabajo de larga, larga preparación, en donde entran por avance todos los elementos que se manifiestan en la obra, el fuego, el aire, el agua, la tierra, que devienen (azufre, sal, mercurio, o alma, cuerpo, espíritu), y después dos, y después uno, pero depurados anteriormente y conducidos por tratamientos espagí­ricos al grado de sutileza necesario para entrar en el compost primiti­vo.
El médico no alópata juicioso no deberá, naturalmente, caer en el error de querer curarlo absolutamente todo por un solo y mismo mé­todo, como lo hacen los fanáticos del naturismo ortodoxo, que recha­zan por principio el empleo de todo medicamento. Así, por ejemplo, la "bioquímica" no es lo suficientemente amplia como para bastar a todas las necesidades; la homeopatía y la homeopatía compleja, por su parte, presentan a buen seguro sobre las otras disciplinas la ventaja de englobar el conjunto del arsenal fármaco‑químico, pero su materia mé­dica comprende una tal riqueza de remedios que el practicante más ad­vertido corre el riesgo de un error de indicación.
Más aún, sin ser mate­rialista, puede estimarse que las diluciones elevadas no convienen en todos los casos, incluso si pueden ser indicadas en ciertos estados cróni­cos y para naturalezas sensibles.
Dejémoslo ahí; hemos dicho lo suficiente para el que comprende.

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